Me recuerdo embarazada de Iker. Las pocas fotos, la falta de tiempo para pensar en ese bebé de mi vientre. Sentirle, hablarle, imaginarle.
Querer disfrutar al máximo de un embarazo y de un bebé que no sabía si sería el último. Y no poder.
Tener nada más nacer el bebé, la nostalgia por ese «tu y yo» que ya no seríamos nunca más.
Las noches de hospital acompañando al bebé y la culpa por otro, también pequeño, echándome de menos.
Ir al cole a por el mayor deseando quedarme en casa con el pequeño. Y así poder, absorber ese maravilloso aroma que sólo los bebés expanden a través de su cabecita.
La culpa por desear estar para los dos, tan pequeños, y no poder.
Desear disfrutar de la exclusividad de tener un solo hijo. De la conexión que ofrece la dedicación absoluta.
La gente insistente con el «¿Y tiene celos?». Y sí, los tuvo. Al igual que me echó de menos. Al igual que se enfadó y estuvo triste.
Y mi enfado. Mi pena. Echarle de menos yo también.
Ser consciente en un momento de que la dedicacion absoluta, la atención plena no era posible ya. Y tener que aprender a soltar.
Repetirme el mantra de que hacía lo que podía con la situación que estabamos viviendo.
Ir sintiendo que poco a poco todos íbamos encajando. Que nos íbamos adaptando. Que íbamos aprendiendo. Y que todo esa emoción, dudas, culpa y tristeza se iba desdibujando y pasando a formar parte de un pasado, de nuestra historia.
Si estás viviendo una reciente bimaternidad recuerda que tu también estás haciendo lo que puedes. Y confía en el tiempo que, al igual que me sucedió y nuevamemte me sucede ahora, ayudará a que ellos se adapten a su ritmo, según sus habilidades, según vayan siendo capaces.
Y que rodeada de una buena red que se responsabilice, sostenga y acompañe, podrás admirar como todo va tomando un nuevo curso.