Cuando me convertí en madre, me pareció tal impacto vital que necesitaba compartir la experiencia. Los miedos, las dudas, la culpa.
Ver que no era la única que creía cometer cagadas constantemente, que se sentía sobrepasada y culpable; y que a la vez se encontraba maravillada por el amor, el deseo de cuidar y acompañar y sorprendida por la experiencia gozosa que suponía hacerlo.
Pero lo que casi siempre me encontraba era con ¨te cuento esto¨ pero ¨esto otro no¨. Con el mito de la madre perfecta, la madre respetuosa SIEMPRE.
Con silencio frente a mi sinceridad. Con soledad.
La mayoria no reconociamos sentirnos jamas tristes, sobrepasadas, con ganas de escapar, con culpa… Todo parecía ser perfecto SIEMPRE.
Otras veces encontraba juicio y crítica constante entre nosotras (yo también lo he hecho ¨tas, tas¨…)desde la bandera de ¨la crianza respetuosa-inventada¨ que solo lo es a las necesidades de los niños.
Respeto sin respeto. Verdades a medias. Intentando cambiar el paradigma de violencia a ciegas y sin referentes. Sin tener en cuenta la variabilidad y realidad de la vida. El respeto de las guías, guruses y talleres.
Tenemos miedo a mostrar la realidad del cuidado, a que ¨nos vean como somos en realidad¨, con nuestras cagadas y nuestra desesperación, con nuestro amor y entrega. A ¨ser de verdad¨.
Pero “ser de verdad” nos hace libres, nos ayuda a no estar solas, nos hace sentirnos acompañadas, nos ayuda a aprender unas de otras, nos ayuda a construir una crianza respetuosa de verdad, desde la práctica del día a día.