Querida yo puérpera,
Cuando pienso en ti recién nacida madre siento una gran ternura.
Te veo tumbada, en una camilla de hospital llorando a solas mirando, a través de una cuna transparente, a esa criaturita que acaba de salir de ti.
Te recuerdo presionando ese botón pidiendo entre líneas que alguien entre a la habitación y te diga con cariño “enhorabuena mamá, lo vas a hacer requetebién. Estoy para lo que necesites”. En vez de los mil y un reproches, críticas y juicios moralistas que pronto comenzarás a recibir.
Qué bonito sería, ¿verdad? Que distinto sería ser madre en una sociedad que nos sostuviera, nos mimara y nos quisiera…
Cierro los ojos y sales del coche. Te veo con nitidez cogiendo a tu bebé en esa cestita, con el cuidado con el que se transporta fruta madura. Como si acariciarle o tenerle sobre tu cuerpo fuera una aberración. Pero tú, como buena niña obediente, ya has aprendido la primera lección, y es que “no le has de coger que si no se acostumbrará”.
Y como parece ser que acostumbrarse al amor es malo, durante unos días, vulnerable y dolorida, te crees todas las tonterías que, sin que nadie se lonpida, dicen esas personas que tan siquiera conoces.
Pero entonces un día te sobrepones y me maravilla recordar ese momento…
Te transformas, creces y te pones en el lugar que siempre te perteneció. En tu ¨yo madre¨…
Y a partir de aquí habrá momentos en los que sientas que llevas años puérpera. Sin descanso. Con pocos instantes que te permitan integrar lo transformador (y doloroso) de ser madre. Todo lo que toca. Todo lo que remueve.
Y este es el sentido del huracán que es este período. Navegar. Sumergirse. Ahogarse. Conocerse y reconocerse.
En el fondo siempre habrá una parte de ti en mí. Una parte que me sonríe a las 3 de la mañana con un bebé recién nacido en brazos, sin saber muy bien que hacer, pero dando lo mejor de sí misma.
Y esa parte me felicita por el trayecto, por ver que lo logré. Por saber que a pesar de todo y de todos, lo hicimos muy bien.
Lo harás bien.
Lo haces bien.