No soy la mujer que hace 8 años fui. Tampoco la madre que entonces comenzaba a ser.
Porque aunque ocho años parecen poco, en realidad son todo una vida.
Y aun así, pasa volando…
¨Pasa volando¨ me dice mi madre a veces con una extraña mezcla en sus ojos entre nostalgia y tristeza.
Y yo me recuerdo en esa primera maternidad en la que sentía que las horas no pasaban, que el reloj se detenía. Que ansiaba porque esa etapa en la que tan asustada y perdida me sentía, acabara ya. Que deseaba que alguien, a pesar de la culpa que me invadía, viniera y cogiera a mi bebé en brazos para yo poder adaptarme a esa dependencia tan nueva y que tan axfisiante me parecía.
¨Disfruta, que pasa volando¨te dicen amigas que ya han cerrado esta etapa de su vida mientras te miran entre alivio y ternura.
Y yo pienso en mi en esos meses de mi segunda maternidad en los que las consultas médicas y el peregrinaje no cesaban. Y cada día era un reto eterno en el que los minutos no parecían pasar y la calma no llegaba.
Pero entonces, un día de repente el reloj parece coger carrerilla y los días, que tan largos se te hacían, discurren sin piedad dentro de esa lentitud extraña que las madres sentimos a veces.
Haciéndote de repente madre de dos niños de los que ya no lo sabes todo. De los que no dispones información de cada minuto de su vida como te sucedía cuando estabais solos tu y ellos. Fusionados en esa dependencia tan abrumadora.
Y entonces, comienzas a ser consciente de que tu madre y esa amiga tienen razón. Y que los días son largos. Pero los años cortos.
Porque la vida aunque no lo parezca, pasa volando.