El día a día me atrapa muchas veces.
Los quehaceres, las prisas…
Al final cuando noto que se está torciendo, (por falta de tiempo, por falta de sueño), que me estoy “desconectado de mi” y llendo en modo automático, acabo dándole la vuelta y “lo salvo” …
Pero aún así día tras día, me voy poco a poco y sin quererlo, olvidando de mi.
No me gustan los “cuídate” (aunque los digo mucho), porque solo falta que el placer se convierta en una obligación.
Ojalá siempre tuviéra el tiempo para hacerlo…
Ojalá pudiera tener quien hiciera lo que no se puede dejar para más tarde, y así cuidarme con placer y calma.
…
Pero hay veces que la vida te obliga a frenar. No te da alternativas. No se puede dejar para después. Porque no hay después.
Un duelo. O un posparto. O una enfermedad.
Es ahora.
Y sientes tu cuerpo. Y lo escuchas. Y no puedes dejar de sentir.
Y los días se llenan (a pesar del dolor, de la tristeza o de la removida) de calma y vida.
Se llenan de ti.
De quien de verdad eres y quizá ni conocías.
(Hoy recuerdo un 28 de agosto de 2020 o un posparto cercano, o uno lejano, o una baja por enfermedad