Maternando la muerte

Que tu bebé haya fallecido en cualquier momento del embarazo, del parto o del posparto, no hace desaparecer lo que si existe. No desintegra las sensaciones vividas, ni invisibiliza las experiencias, ni silencia los recuerdos o las certezas. No te vacía de emociones.

La muerte de tu bebé te sitúa en una maternidad real, que no tiene un ser físico al que tocar, escuchar, oler o besar.

Se trata de una maternidad dolorosa y difícil de entender por los demás porque como tu hijo no está físicamente, no es visible por quienes te rodean, parece no existir. Y tu maternidad parece no ser real.

Pero, sí que lo es ¿verdad?

Lo es en tu cuerpo que albergó, el tiempo que fuera, un alma, una personita a la que anhelar con todos tus sentidos.

Lo es en tu piel que lo sostuvo y sintió durante segundos, minutos, horas o semanas, su temperatura, su aliento, su peso y su humedad.

Lo es en tus ojos que lo vieron a través de un positivo, de una ecografía, de su cuerpo presente ante ellos.

Lo es en tu mente y en el espacio que le hiciste en ella contruyéndole, integrándole, amándole y haciéndole presente en una vida que imaginaste.

Lo es en una tarta de cumpleaños, en las vacaciones, en las cercanas Navidades y en las diferentes celebraciones que se irán repitiendo año tras año recordando su presencia ausente.

Lo es en el espacio que también le hiciste en vuestro hogar, quizá con otros hijos, otros hermanos.

Lo es en un puñado de garbanzos de más que poensas pondrías en la comida de los domingos.

Lo es en el parque por el que pasas todos los días e imaginas cual de los columpios sería su favorito.

Lo es en la revista de juguetes que sacaste del buzón y en la que entre sus hojas piensas en su juguete preferido.

Lo es en los pasos de cebra que cruzas pensando en tener su mano recogida por la tuya.

Lo es en los finales del curso cuando sueñas con las notas que tendría o la profesión que elegiría.

Y lo es cada día.

Lo es en la palabra MADRE.
Madres siempre.
Madres de los vivos.
Madres de los muertos.