El cuerpo nos certifica que existió, por muy pronto que sucediese la perdida, por muy temprana que fuera su muerte o su despedida.
Nuestro cerebro mamífero preparado para el cuidado de un bebe, se prepara para su acogida. No entiende que ya no esté e incluso produce leche ante tu sorpresa, esperando también tenerlo en brazos, olerlo, mecerlo. Alerta al llanto de otros bebes, espera encontrarlo, que vuelva a él.
Aun así, el entorno nos niega su existencia, nos dice que no fue nada. Nosotras extrañas, no entendemos esas palabras: recordamos la estimulación ovárica, vemos nuestras cicatrices, recordamos su nacimiento fuera cual fuera su tamaño, los pechos llenos de leche, la cesárea y su cicatriz, la sangre antes o después, las curas, su movimiento…
Claro que sucedió. Y sucederá y habrá sucedido por siempre también en tu cuerpo.